lunes, 2 de junio de 2008

Quietis (mutantis mutandis)

A Stella Mutter


"Dos almas ¡ay de mí!, imperan en mi pecho

y cada una de la otra anhela desprenderse."

J.W Von Goethe -Fausto-


Casas grises sobre cielos grises. Dedos translúcidos sobre objetos translúcidos. Las palomas sobre las antenas: las palomas son las antenas. Un grupo de aves construye una torre, a dos o tres cuadras, las veo por la ventana todos lo días. Creo que quieren llegar al cielo, salvarse de algún diluvio, salvarse de la tierra. Algunas, como Nimrod, quisieran arrojan flechas hacia las nubes, para horadar la Providencia. La torre avanza, se yergue cada día; todo se debe a las golondrinas que todos los días apilan ladrillos.

No me han visto, desde la torre.

¿Dónde dejé mis anteojos? En un esfuerzo inusitado por superar los condicionamientos de mi cuerpo, transplanté malvones e intenté desmalezar el jardín. ¿Dónde se colocan los anteojos? Delante de los ojos ¿no es cierto? Sobre la nariz. Todo indica cierta proximidad entre los ojos y la nariz. Pero por ahora no me es posible imaginarla. Plantando los malvones me di cuenta de que ya no tengo manos. Pensé al principio que era una fantasía, pero pude comprobarlo al agarrar la cuchara de sopa con la que cavaba en la tierra, lo que a decir verdad no pude hacer. No estaban, mis manos, tal vez no estuvieran muy lejos, pero de momento no estaban conmigo.

Una golondrina abatida voló por la ventana de mi jaula, acompañada por un capataz, creo, una solemne lechuza. Desde afuera, del otro lado de mi ventana, todo el mundo me mira como si yo fuera un canario. La golondrina me miró así, exactamente. Creo que la estaban despidiendo. Pero la torre seguía creciendo.

Encontré mis anteojos, pero sigo sin saber a donde van. Me los pruebo pero no encajan en ningún lado. ¿Para qué los habrán inventado?

Las palomas, que son las antenas, ya no están en las antenas. Tal vez sólo esperaban su turno para ir a trabajar en la torre. No me imagino trabajando allí. Tengo la sensación de que al segundo ladrillo que coloque no podré evitar arrojarme de las alturas, premeditadamente. Pero todos insisten en que soy un canario y en que tal vez volaría. Las palomas, en efecto, se han unido al trabajo. No puedo ver desde mi casa-pajarera en qué se están ocupando. Pero veo a una cigüeña lanzando flechas al cielo, desde la cúspide inconclusa.

Descubro, al tratar de cantar, que no soy un canario. En cambio, noto sin sorpresa que al sentarme he quedado perfectamente acoplado con la silla. La comodidad es infinita. Trato, por última vez, de ponerme los anteojos. Pero está claro que no puedo dado que es definitivo que ya no tengo manos y, además, han resbalado por una superficie plana, levemente empinada, cuando quise posarlos sobre mi nariz.

Una bandada de gorriones se precipita en vuelo hacia la base de la torre. Una urraca les grazna furiosa pero incompresiblemente desde la cima, junto a la cigüeña-arquero, que tampoco entiende los graznidos. Se produce, la veo desde la silla, una situación muy confusa en la torre, pero puedo imaginar cómo terminará el asunto.

Cuando trato de levantarme de la silla me doy cuenta de que yo soy la silla. Desde mi nueva y cómoda inmovilidad, contemplo el desenlace en la torre, cómo las aves se separan lentamente, entre los últimos intentos por comunicarse, cómo algunas vuelan hacia las lagunas y otras hacia árboles lejanos, siguiendo a otras que creen que las entenderán.

Las casas blancas sobre cielos blancos. Transparente e inanimado, la ventana me ofrece la perpetua vista de la gran torre de las aves a medio terminar. Ya empiezo a acostumbrarme.

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