lunes, 2 de junio de 2008

El mundo como desaguadero



El Mercado me vio cruzar la calle muerto de frío y me preguntó si no quería un abrazo. Le iba a contestar que si cuando alguien, el capitalismo neoliberal o algún gerente de ventas, le dio un codazo cómplice. Creo que también le guiñó un ojo, o me lo guiñó a mí; tal vez fue una mueca o un tic: todos sabemos que la economía del siglo XXI tiene tendencias a la tensión nerviosa.
Los cafés, los monumentos, las balaustradas al otro lado de la calle, una rambla con palmeras, frío, mucho frío, palmeras y frío, un diálogo con las estrategias de marketing, una flaqueza que me invita a escuchar las peores ofertas, eso y además la adicción al oxígeno helado, catedral neogótica con gárgolas de plástico especial, conversaciones sobre la arquitectura del lenguaje, eso era poco para improvisar una escenografía, un mise en abîme, una pila de detritos en la puerta de mi madriguera. Todo eso, el frío, la coerción urbana, el empujón del concreto, la dialéctica de Hegel agonizando en una boca de tormenta, la crítica al atomismo del positivismo utilitario pendiendo de un andamio abandonado, el frío, apenas alcanzaba para que mi adolescencia llorosa, tardía, presuntuosa y falsamente schopenhaueriana se me presentara a modo de arcadas, de nudillos ateridos, de calle yerma, de regurgitación inoportuna.
-Comte significa "imbecil" en francés- dije.
-Hable sólo cuando yo le diga- me interpeló el gerente de ventas o el robot ensamblador de partes de coches que ahora parecía un modelo posando con un frasco de Hugo Boss.
-¿Puedo entrar ahí? tengo frío, estoy agotado, me duele el estomago, extraño mi niñez... necesito dar rienda suelta a mis compulsiones ¿puedo?
-Le cambio todo lo que trae por esto.
-Está bien.
-¿Sabía que su mamá me quiere más que a usted?- y volvió a guiñar el ojo- no se inquiete, después de todo soy yo el que sabe cómo hacer que la gente secrete más endorfina, usted no tiene la culpa... bueno, algo de culpa tiene.
Notó que me replegaba sobre mi abdomen y que trastabillaba.
-¿Le duele? No sabe distinguir una caricia de una patada en el trasero. Usted es un desagradecido.
Me encogí de hombros y seguí caminando "¿Desde cuando hay coyotes en La Plata?" Algo me mordisqueaba los tobillos, posiblemente la culpa, como dijo el robot ensamblador que ahora comenzaba a parecerse a algún mal actor de Hollywood. "Si, 'Comte' suena como 'imbecil'" asintió alguien "pero no se distraiga. Mire, en esa vidriera hay un televisor de pantalla plana".

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